Este es mi Hijo querido

Bautismo del Señor (Mt 3,13-17)

Jesús se pasó la mayor parte de su vida siendo uno de tantos, vecino con los vecinos, trabajando con los que trabajaban, posiblemente en la construcción de la vecina ciudad de Séforis que necesitaba mano de obra, rezando en la Sinagoga el sábado, peregrinado a Jerusalén…Debía ser un buen observador de todo lo que pasaba y acontecía a su alrededor porque después hablará del reino de Dios con el lenguaje de la gente: “una vecina perdió una moneda… a un padre se le marchó el hijo de casa… si veis nubarrones decís tormenta viene… un rico aumentaba sus graneros…”

Jesús vive “la vida misma”. Jesús debía ser un hombre inquieto y sensible a tanta gente cercana, dolorida y abatida -ciegos, cojos, tullidos, viudas indefensas, mujeres que sentían estigmatizadas – pero capaz también de observar y divertirse viendo jugar a los niños en las plazas. María y José también le contarían las grandes historias del Dios de los Padres con su pueblo Israel, le contarían las hazañas de las heroínas y héroes de su pueblo.

Pero en un momento determinado Jesús oye un rumor sobre un profeta que ha aparecido en el Jordán, exactamente en el lugar por el que el antiguo Israel entró en la tierra de la promesa después de los años de oprobio en Egipto, y que anuncia con fuerza que las cosas van a cambiar, que se acercan tiempos nuevos… La inquietud le lleva a acercarse al profeta Juan el Bautista. Este acercamiento conmovió y fascinó a Jesús de tal manera que se puso en la cola para ser bautizado por el profeta (desde muy pronto esto inquietó a muchas cristianas y cristianos que les costaba aceptar que Jesús “era uno de tantos” … como nos cuesta hoy) Jesús está totalmente abierto a la novedad del Dios Vivo.

En el bautismo Jesús se siente trastocado en todas las fibras de su ser, experimenta, siente que el Dios Vivo es un Ámbito de Compasión. Se siente arraigado como Hijo y que Dios no es una potencia coactiva y amenazante como aun se percibe en el profeta Juan. Experimenta que entre él y la voz del Padre media “la ruah”, el Santo Espíritu, “el viento de Elohim” en la creación primordial, que “la ruah” es ternura, fortaleza, arraigo, respiro, vitalidad, cercanía. En las iglesias orientales se ha percibido de un modo conmovedor cómo el Bautismo es un icono de la Trinidad Santa, a partir del Bautismo queda claro que un dios que tenga que meter miedo para que se crea en él es un dios fracasado. Dios no es el “solitario del cielo” como veíamos el domingo pasado, es un Ámbito de Compasión en el que somos introducidos por el bautismo.

El bautismo se realiza no en nombre de un dios cualquiera sino “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu”. Bautizar a una criatura es ambientarla en la Bondad y la Compasión, y así los bautizados, a Dios “lo invocarán como Padre en medio de su Iglesia” (ritual del bautismo).

No sé si el bautismo hay que dejarlo para el tiempo en que uno pueda decidir, yo sólo sé que agradezco de corazón a los que decidieron por mi introducirme, y me siguen introduciendo, en el ámbito del Compasivo, implicado en la historia de alegría y sufrimiento de su pueblo que es lo que hemos celebrado estas navidades.

Toni Catalá SJ