Este es Mi Hijo, el amado… escuchadlo.

Domingo 2º de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 17, 1 – 9)

En este segundo domingo de Cuaresma se nos invita a contemplar la escena de la Transfiguración de Jesús ante la vista de sus apóstoles Pedro, Santiago y Juan. ¿Cuál es el sentido de esa escena en el conjunto del evangelio? ¿Qué enseñanzas podemos aprender de ella para nuestro seguimiento cotidiano de Jesús?

Como en otros momentos del evangelio, la escena adquiere su sentido pleno cuando advertimos el contexto en el que se enmarca. Y esta escena se enmarca entre dos anuncios de Pasión: en Mateo 16, 21-28, Jesús anuncia por primera  vez su pasión, muerte y resurrección y les dice a sus discípulos “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga” (24). Ese anuncio precede a la Transfiguración y después de esta escena, casi inmediatamente, viene un segundo anuncio de la pasión y resurrección en Mateo 17, 22-23.

La Transfiguración es una experiencia de consolación que el Padre va a proporcionar a los tres discípulos (los mismos que después presenciarán la desolación de Jesús en Getsemaní) con una doble finalidad: ayudarles a entender el mesianismo de Jesús como un mesianismo de amor y entrega (y por ello la presencia de Moisés y Elías) y también para darles fortaleza en las pruebas que ellos mismos sufrirán en el futuro como seguidores de Jesús y testigos de su evangelio.

Podemos hacer muchas aplicaciones de esta escena a nuestras vidas. Yo quiero centrarme sólo en una de ellas: lo que la Transfiguración nos aporta para entender lo que es una verdadera “consolación”, una consolación evangélica. San Ignacio insistía mucho en la necesidad de discernir la auténtica de la falsa consolación, la auténtica consolación de los engaños bajo forma de consolación. Tan frecuentes estos últimos en una cultura tan narcisista como la que vivimos. Y me voy a fijar en tres criterios básicos de discernimiento.

“Escuchadlo”: la auténtica consolación es la que nos identifica más con Jesús y con los criterios de su evangelio, la que nos centra en Él sacándonos de nosotros mismos. La auténtica consolación no acaba en autocomplacencia narcisista o en bienestar egoísta, sino en abnegación y entrega, al modo de Jesús.

“Levantaos, no temáis”: la auténtica consolación es siempre ánimo y fuerza para afrontar las dificultades de la vida. No es nunca un engaño ni una promesa de paraísos imposibles en la tierra, sino una inyección de fortaleza para vencer cualquier forma de miedo paralizante.

“Cuando bajaban del monte”: la auténtica consolación nos dispone a “bajar del monte” y a enfrentarnos con los problemas de la vida (Mateo 17, 14-20). La auténtica consolación es una invitación a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades e instalaciones (“¡qué bien se está aquí!”) para, al modo de Jesús, ser liberadores de todo aquello que esclaviza a la persona humana.

Darío Mollá SJ