Este es el Hijo de Dios

Domingo 2º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Juan 1, 29 – 34)

En el evangelio que la liturgia nos propone este domingo se nos presenta a Jesús mediante el testimonio de Juan el Bautista. Jesús en este fragmento del evangelio no dice una sola palabra ni hace nada: es, por decirlo de algún modo, alguien que aparece en escena, pero quien habla es Juan el Bautista. Y presenta a Jesús  con el mayor de los títulos posibles: el Hijo de Dios. Propongo tres reflexiones a partir de esta escena.

La primera de ellas: Jesús “necesita” ser presentado como tal Hijo de Dios. Nada en su aspecto, en su modo de aparecer en la escena, sale de lo normal. Puede ser confundido con uno más de los muchos seguidores del Bautista, de aquellos que iban a ser bautizados por él. Desmiente, con su sola presencia, sueños y figuraciones humanas de cómo tendría que ser el Mesías esperado. En su primera aparición pública sigue la lógica de su nacimiento en Belén o de su vida “oculta” en Nazaret. “Haciéndose semejante a los hombres y mostrándose en figura humana” (Fil 2, 7). Poco después Satanás le invitará a “demostrar” que es el Hijo de Dios con signos espectaculares: Jesús lo rechazará.

La segunda reflexión tiene que ver con el Bautista. Su testimonio nace de su experiencia “espiritual” en el sentido más pleno de la palabra: “Contemplé al Espíritu… yo no lo conocía… Lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios”. Es el Espíritu el que  da a conocer a Juan quién es Jesús, el que se lo señala como Hijo de Dios. Testimonio y experiencia. Muchas veces nuestro testimonio es pobre porque no se sostiene sobre la experiencia personal. No bastan las palabras, si esas palabras no nacen de una experiencia espiritual. Podremos hablar, claro, pero una cosa es hablar y otra dar testimonio.

Finalmente, ¿cómo manifestó Jesús a lo largo de toda su vida que era verdaderamente el Hijo de Dios? Juan lo preanuncia ya en esta primera presentación: “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús se manifestó como auténtico Hijo de Dios amando hasta el extremo, amando hasta la entrega de su vida. El evangelista Marcos dice: “El centurión… al ver cómo expiró dijo: Realmente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15, 39).

¿Cómo cada uno de nosotros dar testimonio e identificarnos como seguidores de ese Jesús Hijo de Dios? No hay otro camino que el camino del amor y de la entrega. De una entrega cotidiana que muchas veces no será reconocida ni agradecida. Pero que nos une a Jesús en su misión redentora.

Darío Mollá SJ