El santo que eligió la alegría
Alegre en tu juventud, tu conversión a Dios no te robó la alegría, y cuando observaste en tus lecturas que unos pensamientos te dejaban triste y otros alegre, escogiste la alegría como criterio para adivinar donde andaba el buen camino. Como ha escrito alguien, tu fuiste “el santo que eligió la alegría”.
 
Al principio de tu conversión fuiste muy tentado de la risa y que venciste ese exceso natural a puras disciplinas, extraño método que debió conseguir sólo medianos resultados, pues muchos años después, un extraño personaje, que nadie sabe de dónde pudor lograr información sobre ti, te describía como “un pequeño españolito, un poco cojo, que tiene los ojos alegres”.
 
No sólo eras alegre, sino que repartías alegría a los demás, y cuando tropezabas con alguno de tus hijos tentado de tristeza le mostrabas tanta alegría en la mirada que parecía que querías meterlo dentro del alma.
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