El que lo encuentra se llena de alegría

Domingo diecisiete del tiempo ordinario (Mt 13,44-52)

Quien se encuentra con el tesoro lo vende todo para comprar el campo en donde éste se encuentra. El encontrarse con el Reino de Dios provoca tal alegría que todo se deja para entrar en él, todo se deja para adquirirlo, como el comerciante que se encuentra con una perla fina… Lo que nos dice Jesús es que entrar en el ámbito del Reino de Dios provoca tal plenitud de vida, tal alegría y consuelo, tal experiencia de pacificación y de sentido que todo lo demás queda en su sitio, en su justo lugar. Entrar en el ámbito del Reinado de Dios es vivirnos como criaturas bendecidas, confortadas y sanadas por la Fuente de todo Bien.

La alegría es inherente a la experiencia del Dios que se revela en Jesús, la fuente de la alegría es él. Cuando digo que es inherente quiero decir que el gran criterio de discernimiento de la experiencia cristiana de Dios es el experimentar que cuando él nos roza el corazón, aunque sea un poco, experimentamos una plenitud honda, una profunda consolación y sosiego, un sentirnos arraigados y queridos en lo más nuclear de nosotros mismos. El Reino de Dios no tiene que ver con la desolación, la tristeza, el derrotismo, con los miedos paralizantes… cuando esto lo experimentamos, porque lo experimentamos, sabemos que el Espíritu del Resucitado nos está invitando a no quedarnos instalados en miedos y desesperanzas. El camino del Reino siempre es Camino, de Verdad y de Vida.

Jesús nos vuelve a recordar que al igual que no nos toca a nosotros separar trigo y cizaña, no nos toca separar los buenos y malos peces, los que separarán son los ángeles de Dios. Este es el otro gran criterio de discernimiento, de sabiduría eclesial, para dejarnos conducir por el Viviente. Si el primero es que la alegría es el don por excelencia del Espíritu, el segundo gran criterio es que no está en mis manos el juicio último sobre nadie, en cambio si que sabemos que cuando se alivia el sufrimiento de las criaturas y no se les daña (no olvidemos que Jesús anuncia el Reino de Dios y “cura todo achaque y enfermedad del pueblo”) si que estamos juzgando, cribando, discerniendo si nuestra vida la estamos conduciendo por caminos de bondad o de maldad. Ser conscientes por qué camino transitamos si que está en nuestras manos discernirlo.

El “escriba que entiende del Reino de Dios”, Jesús se refiere a los sabios de Israel que se están abriendo a su anuncio, sacan lo nuevo y lo viejo del “baúl familiar”. Si sólo estamos atentos y atados a lo viejo, al “esto siempre ha sido así”, al “cualquier tiempo pasado fue mejor”, estamos abocados a la petrificación, a la parálisis, a dejar por mentiroso al Santo Espíritu pues “hoy es tiempo de gracia”, “en él nos movemos existimos y somos”. Por otra parte la novedad por la novedad no es signo del Reino de Dios. Dice muy bien un erudito biblista que “quién se casa con la ultima novedad siempre está enviudando”, siempre haciendo duelo y siempre está insatisfecho. Al Evangelio le gustan más las conjunciones copulativas que las disyuntivas: “dice y hace”, “proclama y cura”, “lo nuevo y lo viejo”… Que tendencia tenemos a separar los que el Cristo vino a unir, como ya decían, los Padres del Concilio de Éfeso en el 431.

Toni Catalá SJ