El que come este pan vivirá para siempre

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Jn 6,51-58)

En algunas comunidades cristianas, de cultura griega más que judía, empezó muy pronto la duda de si todo lo acontecido en Jesús no habrá sido una pura apariencia, un bello relato, precioso, pero sin “carne ni sangre”, sin consistencia auténtica. Implicar lo de Dios, lo del Espíritu, lo de los Cielos etéreos, lo Perfecto, lo Bello, lo Sublime, lo Sobrenatural… con el cuerpo y la sangre, con la carne, con la comida compartida, con la angustia y debilidad hasta sudar sangre, mezclar lo “espiritual” con las lágrimas por el dolor de la muerte de un amigo, la ternura de un niño, los cuerpos lastimados, heridos y paralizados con los que el Nazareno se encontró y sanó… es imposible.

Entiendo la duda, porque es locura y necedad como dice San Pablo confesar a un Dios Crucificado por amor. Entiendo la resistencia a confesar al “Dios-encarnado”, al Dios-con nosotros (“En-Manuel”), al Dios implicado en la trama de sufrimiento de sus criaturas. Entiendo la resistencia porque nos cambia la percepción de Dios, y cambiar la imagen de Dios lo cambia todo. Si nuestro Dios se ha “encarnado”, se ha hecho cuerpo, ya no podemos experimentarlo al margen de lo que vivimos somos criaturas humanas, corporales y bien corporales. Cuantos miedos al cuerpo, al sexo, a la vulnerabilidad… se dan en muchas “espiritualidades”

La Fe de la Iglesia no cedió: “se encarnó”, “se hizo hombre”, “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, “murió y fue sepultado” (muerto y bien muerto), “resucitó” … En el credo no sobra ni una coma. La iIlesia no cedió ante la tentación de hacer del “cuerpo” de Jesús una apariencia. Este domingo volvemos a hacer un alto en el camino para volver a recordar que todo lo celebrado en cuaresma, triduo santo, pascua, pentecostés no es un bello relato alegórico sin consistencia sino lo vivido “realmente” por el Señor Jesús, nuestra vida misma, bien real, encarnada, sufriente y gozosa.

En la Eucaristía, el memorial del Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Jesús, se hace presente todo lo acontecido en Él. La sangre es por donde circula la vida, cuerpo entregado, vida entregada, vida compartida, eso ha sido el vivir de Jesús. Las expresiones del evangelio nos pueden chocar hoy, “comer carne”, “beber sangre” … si las sacamos de contexto es indudable que chirrían culturalmente, pero en el contexto del vivir de Jesús es confesar que Jesús vivió nuestra humanidad, se hizo no sólo solidario, sino que pasó por donde nosotros pasamos hasta el final… y por amor hasta el extremo.

La Eucaristía es celebrar, recordemos el lavatorio del jueves santo, que Jesús no es sólo una persona “servicial y amable”, sino que su servicio fue ponerse a nuestros pies para que quedará el recuerdo permanente, celebrado y compartido por la comunidad que nuestro Dios de Vivos manifestado en Jesús, el Hijo, y que nos da su Fortaleza está sustentando nuestra vida desde abajo y no arriba exigiendo lo imposible.

Celebrar el Cuerpo de Cristo, es no olvidar, no me cansaré de repetirlo, que, en Jesús el Ungido, el Cristo de Dios, se nos manifiesta la plena humanidad, la plena corporalidad, de nuestro Dios. Lo humano, lo corporal, lo histórico, lo sensible, nuestras alegrías, nuestras penas las podemos compartir y celebrar con el Cristo Eucaristía. Compartir este pan nos da vida y vida abundante, es compartir la misma vida del Señor Jesús.

Toni Catalá SJ