En la primavera de 1539 Ignacio de Loyola y sus compañeros hacen un profundo discernimiento preguntándose, entre otras cosas, si permanecen unidos entre sí, aunque su obediencia al Papa les vaya a dispersar geográficamente, y, con ello, forman una nueva Orden religiosa. Deciden que sí. Tomada esa decisión, se hace necesario definir su identidad en la Iglesia, y uno de los elementos de esa identidad es escoger el nombre con el que quieren ser conocidos.
Unánime y gozosamente, con plena convicción, adoptan el nombre de “Compañía de Jesús”. Quieren que sea el nombre de Jesús el que les identifique. ¿Qué es lo que para ellos, y para quienes hoy nos sentimos identificados con su espiritualidad y proyecto, significa el nombre de Jesús? Ese nombre les habla y nos habla de una persona, una misión y un estilo.
Una persona: la persona de Jesús
El nombre de Jesús les remite en primer lugar a la persona misma de Jesús. Y la persona de Jesús es para ellos el principio, el fundamento y el horizonte de su vida y de su Compañía.
Es el principio porque todo empezó cuando el Señor Jesús llamó a cada uno de ellos en su lugar, con su historia, con su personalidad. El comienzo de todo es el amor de Jesús por cada uno de ellos, amor que se concreta en elección y vocación.
La persona de Jesús es para ellos el fundamento, porque es Jesús y su amor el que les sostiene en su vida de seguimiento personal y de grupo. Saben, y cada día más, que no son sus méritos, sus capacidades, sus buenas obras las que les sostienen en su vocación, sino el amor y la misericordia de Jesús.
Y la persona de Jesús es para ellos el horizonte que da sentido a su vida y que ilumina el camino a seguir. En un primer momento quieren “imitar” a Cristo en todos los aspectos de su vida, incluso yendo a vivir y morir en la tierra de Jesús. Cuando maduran entienden que no se trata tanto de “imitar”, sino de “seguir” viviendo en sus circunstancias y lugares concretos al modo de Jesús.
Una misión: la misión de Jesús
Jesús les confía una misión, que es la de Él mismo. Les llama a colaborar con su misión. La misión que se les encomienda no es la misión particular de cada uno de ellos, ni siquiera una misión del grupo. No; es la misma misión de Cristo la que son llamados a llevar adelante. Y la definen con una palabra, a la vez sencilla y ambiciosa: “ayudar”.
Porque es la misión de Cristo, es misión universal. Misión que trasciende toda frontera: y no sólo las fronteras geográficas, sino cualquier tipo de frontera. También las ideológicas, sociológicas, religiosas. Se trata de ayudar a todas las personas y de ayudar a la persona en todas sus dimensiones, en toda su integridad.
Porque es la misión de Cristo es una misión no poseída, sino compartida. Compartida con todos aquellos y aquellas que se sienten convocados a co-laborar con Cristo en su misión.
Y porque es una misión universal y compartida es una misión siempre necesitada de discernimiento. Discernimiento para descubrir qué es lo que el Señor va haciendo y qué es lo que nos pide a cada uno de nosotros, personas e instituciones, para colaborar con Él. Discernimiento compartido por todos aquellos que comparten la misión.
El estilo de Jesús
Y el nombre de Jesús les remite también a un estilo o, utilizando una expresión muy querida por Ignacio y sus compañeros, a un “modo de proceder”. Un modo de situarse en la vida, un modo de hacer las cosas. Es importante el cómo en el vivir y el hacer; no a nuestro estilo: sino al estilo de Jesús.
Ese estilo es definido innumerables veces por Ignacio y sus compañeros con tres calificativos: pobre, humilde y en cruz. Somos llamados a respetar y traducir con fidelidad ese estilo en nuestro tiempo.
Creo que el estilo de Jesús que Ignacio subraya es un estilo de cercanía y apuesta por los pobres: sea cual sea nuestro lugar de vida o trabajo y misión, vivirlo y hacerlo desde la solidaridad con los pobres de nuestro mundo. Es un estilo de gratuidad, sobre todo de esa gratuidad afectiva que es el no depender de éxitos, reconocimientos, compensaciones, valoraciones sociales. Es un estilo de entrega total, porque la cruz es la entrega: esa entrega que Ignacio plasma en el “Tomad, Señor, y recibid”, que no hace otra cosa que actualizar el “tomad, Padre, y recibid” de Jesús en la cruz.
Darío Mollá SJ