Él las va llamando por su nombre

Cuarto domingo de Pascua (Jn 10,1-10)

Después de los relatos de encuentro con el Resucitado que hemos proclamado estos domingos de Pascua, hoy no encontramos con un Jesús vivido y confesado por la comunidad de Juan como el Buen Pastor.

En una cultura urbana podemos desautorizar está imagen muy rápidamente, «pastores”, “ovejas”, “apriscos”… imágenes caducas por premodernas y arcaicas. Qué pena la facilidad que tenemos para considerar a los que nos han precedido en el seguimiento del Señor como poco instruidos, o poco menos que candorosos ingenuos. La imagen del Buen Pastor es una imagen potente que nos remite a la gran tradición profética de Ezequiel y por lo tanto tremendamente significativa para el pueblo llano de Israel.

Jesús sabe que, dentro de la gran tradición profética de su pueblo, Ezequiel (Ez 34) contrapone los buenos pastores a los malos pastores. No se puede de ningún modo llevar en la boca el Nombre de Dios y maltratar y lastimar a ninguna de sus criaturas: “no las apacentáis, no fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes”. El Buen Pastor es el que hace en la vida lo contrario: buscar, convocar, vendar y curar: “buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas; vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”.

No me cansaré de insistir en el cuidado que debemos tener para no caer en dualismos que mutilan la riqueza y fecundidad de la Buena Noticia. Siempre separando “lo humano y lo divino” porque tendemos a la abstracción. Lo “divino” en Jesús es un Dios “Abba-Imma” que siente ternura, que camina con nosotros por las cañadas oscuras de la vida (Salmo 22, “El Señor es mi pastor…”) que se implica, que siente, que nos quiere, que quiere siempre lo mejor para nosotros; y lo “humano” es nuestro ser mujeres y hombres concretos en nuestras alegrías y nuestras penas, en nuestros atinos y desatinos, en nuestro aciertos y desaciertos. El es la fuente de nuestra profunda humanización: no somos dioses, somos criaturas vulnerables pero agraciadas y queridas incondicionalmente. Estos domingos de Pascua lo estamos celebrando, su amor incondicional nos sostiene y fortalece. Lo estamos experimentando estos días, ¡nunca olvidaremos la Pascua confinada!

La comunidad de Juan reconoce en Jesús de Nazaret al Buen Pastor. Confesar y anunciar a Jesús como el Buen Pastor es reconocer que Él es el único camino para acceder al Dios Fuente de la Vida (“la puerta”), es dejarse conducir por Él para que nos haga compasivas y compasivos como Él (“lo siguen porque conocen su voz”). Los que seguimos al Señor tenemos el don del discernimiento para distinguir su Voz de otras voces que nos engañan. Conocer su voz es fuente de libertad.

Pero está convocación a seguirle no nos hace masa anónima, no nos “clona”. El mismo relato sale al paso de creer que el seguimiento es convertirse en rebaño enajenado. No podemos olvidar de ningún modo que a todos nos llama por el Nombre. El Nombre es lo que nos hace únicos e irrepetibles. Que el Señor nos nombre es sentirnos queridos en la raíz de nuestro ser criaturas, sentirnos queridos en lo más intimo de cada uno y convocados a la fraternidad. Cuando María Magdalena se sintió nombrada se abrió a los hermanos y hermanas.

Toni Catalá SJ