Segundo domingo después de Navidad (Jn 1, 11-18)
Este domingo nos tomamos un respiro para ahondar en lo vivido y celebrado estos días de Adviento y Navidad. Hemos disfrutado de la narración evangélica tan entrañable y llena de esperanza y ternura: anunciación, María desconcertada y confiada, pero compartiendo lo que le acontece con Isabel; perplejidades y dudas de José, pero dejándose conducir por el Dios de la Vida; la fuerza profética de Juan Bautista; el nacimiento del Niño en “pobreza y humildad”, los pastores sorprendidos y conmovidos; la crueldad de los Herodes que no soporta la inocencia; la incondicionalidad de la Sagrada Familia… Hay que parar y volvernos a preguntar ¿todo esto qué significa? Es bueno que posemos las emociones y los sentires y con un poco de calma “reflexionemos y saquemos provecho” que diría San Ignacio de Loyola.
El evangelio de Juan es el último que se pone por escrito. Han pasado entre sesenta y setenta años de experiencia comunitaria y eclesial. Se ha ido ahondando sobre todo lo acontecido en Jesús de Nazaret. La distancia les permite percibir significados que la inmediatez no permite percibir muchas veces. No olvidemos que cuando caemos en la cuenta de lo que una persona ha significado en nuestras vidas es cuando ya no la tenemos a nuestro lado y la vemos a distancia, pero con afecto agradecido.
Lo que fundamentalmente perciben es que ese Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien, el que se des-vivió por los abatidos de su pueblo, el que invocó a Dios como ¡ABBA! como fuente de la Vida, es el regalo del Dios Vivo, vino del regazo del Padre, estaba con el Padre-Madre desde siempre, es el interprete Dios, es el que nos ha contado que en las entrañas de Dios solo hay Compasión y Misericordia. Perciben, confiesan y celebran que Jesús es el intérprete de Dios.
Muchas veces creemos que la experiencia del Dios Único de Israel es la experiencia del “solitario del cielo” y no es así. El Dios de los Padres es un Dios que se expresa, que sale hacia afuera, que desde el Silencio Primordial se expresó como Palabra creadora y llena de vida. El Dios Vivo se conmueve, hace alianza, se preocupa, oye el clamor de su pueblo afligido, sabe de amistad, siempre existieron “amigas y amigos de Dios”, (“En todas las épocas, [La Sabiduría] se hace amiga de la gente buena, y la hace amiga de Dios y la convierte en su mensajera” Sab 7,27). Esta es la fe de Israel: Dios es único, pero no está solo, sabe de amistad con la gente buena.
Pero esta Palabra creadora no era recibida, no era comprendida. La creación, regalo de Dios, fue y es profanada. Las tinieblas no quisieron ni quieren la luz. Pero Dios es un Dios leal que no desiste en su fidelidad ni aborrece la obra de sus manos. Quiere que la Luz y la Vida tengan la palabra definitiva y, por eso, esa Palabra se hizo uno de nosotros y acampó entre nosotros.
Nos avisa Juan de la Cruz: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída el alma”. Hagamos silencio para que desparezca en nosotros la palabrería y así poder escuchar la Palabra, pero no nos quedemos en el silencio, sino que salgamos a ser mensajeros de la Vida como amigas y amigos de Dios. Leamos ahora con calma en Prólogo del Evangelio de san Juan.
Toni Catalá SJ