¿El amor es para toda la vida?

Es probable que tengas tu propia respuesta: ¿el amor es para toda la vida? Quizá creías que si y ahora te has quedado sin respuesta porque, de un modo inesperado, tu pareja te ha dicho que se ha acabado, que ya no te quiere, que se va con otra persona. A quienes les ha sucedido algo así, la vida se les cae hecha añicos y se ven metidos en una espiral de dolor indescriptible y de pensamientos que insistentemente aparecen sin la menor intención de dar tregua.

Es absolutamente insuficiente que en la Iglesia nos quedemos en un discurso de lo que deben hacer quienes pasan por estas situaciones de ruptura matrimonial. Por eso, fue todo un hito que, en la III Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos celebrada en octubre de 2014, se pidiera acoger, escuchar y acompañar “especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados por los maltratos del cónyuge a romper la convivencia» (Sínodo de Obispos, 2014a, nº47).

Al volver la mirada al sufrimiento de estas personas se abre la puerta a una revisión de la prioridad en la atención pastoral que se les debe prestar: “la verdadera urgencia pastoral es permitir a estas personas que curen sus heridas, vuelvan a ser personas sanas y retomen el camino junto a toda la comunidad eclesial” (Sínodo de Obispos, 2015, nº 80).

Ojalá que tengamos el coraje de aportar algo más que un discurso y demos pasos decididos para hacer de nuestras comunidades cristianas, de nuestra Iglesia un espacio de alivio y respiro donde las personas heridas encuentren motivos para la esperanza. Francisco ha señalado el camino, ahora nos toca a nosotros dar los pasos.