El amor cristiano es don

Comenzamos una serie de cuatro reflexiones, propuestas por Darío Mollá, que nos acompañarán a lo largo de este mes de Junio.

El 19 de junio celebra la Iglesia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Al margen y más allá de formas externas, más o menos adecuadas a nuestra sensibilidad, lo que celebramos en esta fiesta es el Amor de Dios a la humanidad y el amor concreto de Jesús como manifestación encarnada de ese Amor : “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Un amor o una forma de amar que fundamenta y orienta todo amor que se quiera llamar cristiano.

En estas reflexiones subrayaré cuatro notas de ese amor. Como inspiración de estas cuatro reflexiones tengo los cuatro puntos que señala San Ignacio en la “Contemplación para alcanzar amor” de los Ejercicios, una contemplación que no sólo es final, sino síntesis del proceso mismo de los Ejercicios. El P. Arrupe dijo que los Ejercicios son “una pedagogía del amor”… y que “cuando Ignacio concluye los Ejercicios, el alabar, hacer reverencia y servir a Dios del Principio y Fundamento se ha convertido en una Contemplación para alcanzar amor”.

La primera de esas notas es que el amor cristiano es un DON. Recibimos la capacidad de amar y crece nuestra capacidad de amar en la medida en que vamos siendo conscientes de hasta qué punto somos amados. Lo expresa de forma nítida San Ignacio en la petición de la Contemplación: “pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar…”. Puedo amar en la medida en que re-conozco lo mucho que soy amado. Al “enteramente” del reconocer corresponde el “en todo” de mi amar.

Por eso, el primer punto de la contemplación ignaciana no puede ser otro que “traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí…”. Quiero subrayar la expresión “dones particulares” que hace referencia a los dones concretos y cotidianos con que me regala el amor de Dios a mí en particular y en cada día concreto de mi vida. Porque el amor de Dios no es algo que se agotó en un momento determinado, sino que sigue operando día a día y reconocerlo es lo que me permite a mí amar en concreto y amar cada día.

Si eso es así, amar en cristiano es antes que nada, y como condición primera e ineludible, agradecer. Agradecer como dinámica de fondo en mi vida y no sólo como hecho puntual ante determinados acontecimientos o situaciones. Ese agradecer pide, pues, profundidad de mirada para descubrir los dones “ocultos” con que el amor de Dios me regala cada día.

Viviremos en el amor si hacemos del agradecimiento una actitud vital. De ahí brotará en plenitud el amor auténticamente cristiano que, como iremos viendo, es también cuidado, entrega y gratuidad. Como el amor de Jesús a nuestra humanidad.

Darío Mollá Llácer sj