Tras reflexionar sobre el amor cristiano como don, enlazar, y como servicio, enlazar, Darío Mollá, nos propone una tercera dimensión del amor cristiano: el compromiso.
En la preciosa contemplación que ofrece San Ignacio al final de los Ejercicios sobre el “amar” de Dios, que está siendo nuestra guía al hablar del amor cristiano, nos invita en su tercer punto a “considerar cómo Dios trabaja y labora por mí”. El amar de Dios es también “trabajo”. En los Ejercicios, la expresión trabajo se utiliza no sólo en el sentido de actividad, sino también en el sentido de esfuerzo penoso, de penalidad: baste recordar cuando en la contemplación del nacimiento de Jesús nos hace caer en la cuenta de los “trabajos de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (Ej. 116), trabajos en los que se manifiesta el amor de Cristo por cada uno de nosotros.
El amor cristiano, don y servicio, es también “trabajo” y, muchas veces, será un trabajo “penoso” en favor de aquellas personas a las que amamos. Es ésta una dimensión ineludible en un amor que afronte todas sus consecuencias. A esa dimensión propongo llamarla COMPROMISO. Sí: compromiso con las personas a las que decimos amar y a las que queremos amar aún más. Un compromiso que voy a desglosar en tres movimientos que se implican mutuamente.
El primero de ellos es “apostar” por las personas. Apostar en favor de las personas, especialmente cuando esas personas necesitan experimentar que alguien apuesta por ellos, muchas veces cuando ni siquiera ellas mismas creen en sus posibilidades. También San Ignacio presenta en los Ejercicios un ejemplo luminoso de ese “apostar” cuando en la contemplación de la Encarnación la Trinidad que mira un mundo roto dice “Hagamos redención del género humano” (Ej 107). ¿Apuesta a fondo perdido? Muchas veces lo será, pero apuesta necesaria.
El segundo movimiento de un amor comprometido es “implicarse” en el duro día a día y en el duro esfuerzo por cambiar situaciones y cosas. Pasar de la condición de espectador y de “opinador” o “diagnosticador” a la condición de actor. Bajar a la arena. Eso nos cuesta porque significa que podemos equivocarnos o ser juzgados equivocadamente por la nube de espectadores opinantes que nos rodea e incluso sufrir algún golpe que otro. Alguien a quien decimos seguir fue golpeado hasta la muerte y muerte en cruz. Seguramente no llegará nuestra sangre al río, pero sí que nuestra tranquilidad se verá alterada o nuestra imagen cuestionada.
El tercer movimiento del comprometerse es “permanecer”. Porque los “trabajos” de resultado inmediato son más bien pocos cuando estamos hablando de procesos personales y de un modo particular de los procesos de personas vulnerables. La lógica del proceso no es la lógica de lo inmediato. Los procesos humanos son lentos, frágiles, discontinuos… pero abandonar a mitad o cuando yo me canso o me dejo vencer por la impaciencia puede ocasionar mucho daño.
Amar a las personas, servir a las personas es “trabajoso”: no nos podemos engañar. Y de nuevo, ¡una vez más!, constatamos que la capacidad de amar es un don a pedir.
Darío Mollá Llácer SJ