Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo

Domingo veintitrés del tiempo ordinario (Mt 18,15-20)

Da la impresión de que Jesús, camino de Jerusalén, va preparando a su comunidad para cuando se que queden sin él, para cuando se queden solos, para cuando él “se vaya”. Jesús quiere que configuren las relaciones entre ellos desde el perdón, desde la reconciliación, desde la fraternidad.

Al relato de hoy se le ha llamado muchas veces el de la “corrección fraterna”. Tenemos que reconocer que bajo esta expresión se enmascaran muchas veces autenticas “correcciones” no fraternas, sino dinámicas de “yugulares a la vista” para ver quien muerde más y mejor. La comunidad cristiana no puede olvidar que toda dinámica de corrección requiere unas persuasiones hondas que no se pueden olvidar, la primera y principal es que todos somos convocados por el Espíritu del Señor Jesús, y el Señor “llamó a los que él quiso”.

La comunidad cristiana no es un grupo de gente que se ha puesto de acuerdo para un fin noble, por santo y bueno que sea, esto siempre genera dinámicas muy sutiles de “búsqueda de primeros puestos”, de buscar criterios de relevancia, de querer saber quién es el más importante… (que pena que recortemos el relato evangélico como lo recortamos los domingos, no va mal una lectura de todo lo que acontece entre el evangelio del domingo pasado y este [Mt 16,28-18,14])

Aquel que siento que me ofende es una hermana y hermano tan convocado por el Señor Jesús a la comunidad como yo, y el señor nos convoca “flacos (débiles) y diversos” como diría San Ignacio de Loyola. La diversidad es riqueza de dones, de carismas, de sensibilidades, pero siempre es amenaza y posibilidad real de conflicto. Esto supone que cuando me siento ofendido lo primero que tengo que hacer es examinarme yo, no precipitarme, porque lo que considero ofensa quizá sea el que me han desenmascarado esa zona no convertida que todos tenemos que nos hace sufrir y genera sufrimiento a nuestro alrededor… y que no queremos o nos cuesta reconocer. Es lo que normalmente decimos que “me han dado done duele”. Eso no es una ofensa eso tendría que ser motivo de agradecimiento al hermano.

Si te sientes injustamente ofendido no te instales en el rencor y el resentimiento: habla, acércate al que crees que te ha ofendido, no te encierres en ti mismo que te vas a hacer mucho daño. Acércate al que crees que te ha ofendido y manifiéstale tu malestar. Si hay bloqueo entre los dos, plantearlo a la comunidad. Jesús lo que nos dice es que no nos obcequemos, que tengamos la humidad de dejarnos cuestionar y corregir… pero siempre sabiendo que, como es él el que nos convoca, todos buscamos como dirá San Pablo “que no puedan denigrar ese bien que tenemos que es la comunidad”. Si busco el bien de la comunidad, del cuerpo de Cristo, las dinámicas de corrección fluyen, si busco simplemente reparar mi “orgullo herido” estamos abocados al fracaso comunitario.

Jesús nos invita a cuidarnos, no sólo a que no nos dañemos sino a que podamos crecer comunitariamente en crear “recintos en los que la gente encuentre motivos para seguir esperando” como decimos en la Eucaristía.

A pesar de todo si seguimos leyendo el relato de hoy nos encontraremos con la pregunta de “y si me hermano, me vuelve a ofender qué hago” Jesús dirá… ¡vuelve a perdonar! Saber perdonar supone el sentirnos perdonados. Pidamos para que las comunidades dejen de ser “egos en colisión” para reencontrarnos siempre como “criaturas vulnerables” que se sienten reconciliadas por la Incondicionalidad del que convoca.

Toni Catalá SJ