Dile que me eche una mano

Domingo 16 Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10, 38-42)

La página del evangelio de Lucas que nos presenta la liturgia de este domingo es, seguramente, una de las peor interpretadas e incluso interesadamente manipuladas de todo el evangelio. Eso es así cuando se utiliza este texto para contraponer acción y contemplación o incluso para relativizar el valor del servicio y de la acción o despreciar la necesidad del tiempo de la escucha. Nada de eso.

Efectivamente el evangelio de hoy habla de dos actitudes en la vida cristiana y en la relación con el Señor: esas dos actitudes son la escucha y la actividad en el servicio. Ambas son necesarias, se complementan la una a la otra e, incluso más, se necesitan la una a la otra. El que la escucha del Señor tenga una preferencia (que la tiene en la vida cristiana) no anula nada del valor del servicio, sino que lo enriquece y lo hace verdaderamente evangélico. Desvalorizar el servicio sería, literalmente, cargarse la espiritualidad cristiana (¿dónde quedaría, por ejemplo, el mandamiento y la bienaventuranza del Señor en Juan, 13, después del lavatorio de los pies?) El evangelio presenta, pedagógicamente, cada una de esas dos actitudes en cada una de las dos hermanas, pero ambas acogen a Jesús en su casa y hacen que esa acogida sea plena.

El servicio ha de ir precedido por la escucha. Una doble escucha: la escucha de la palabra del Señor y la escucha de las necesidades y de las posibilidades del hermano.

No es fácil vivir la vida en clave de servicio, no es lo que nos sale más fácil o espontáneamente. El servicio es, muchas veces, duro y pesado (como manifiestan las palabras de la buena de Marta en esta escena) y es la palabra del Señor, la acogida de la misma, la que nos inclina a servir, la que nos pone a los pies de nuestros hermanos, y hace que podamos realizar este servicio con abnegación de nosotros mismos, con generosidad y con alegría.

Y servir pide también la escucha de las necesidades de nuestros hermanos. Porque servir es responder a las necesidades de los hermanos y no se trata de adivinarlas o de suplantarlas por mi visión, sino de escucharlas. Y no sólo sus necesidades, sino también sus posibilidades, porque, siempre, el mejor servicio, es aquel que ayuda a que la otra persona adquiera el protagonismo en su vida.

Por otra parte, el servicio confirma que la palabra que hemos escuchado es la del Señor Jesús, y no cualquier otra palabra, ni nuestra ni de otros. Viene bien citar aquellas palabras de Simone Weil: “Sé de qué Dios me hablas, según como me hablas de tus hermanos”. Dicho de otro modo: me hablas del Dios de Jesús cuando tu vida es entrega y servicio a tus hermanos, en el día a día y en gratuidad efectiva y afectiva.

Darío Mollá SJ