Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel

Cuarto domingo de Adviento (Mt 1, 18-24)

No es fácil percibir lo de Dios en un niño envuelto en pañales y más cuando sobre Dios hemos proyectado todas nuestras ensoñaciones de dominio y de grandeza. Cuando espontáneamente oímos la palabra Dios nos viene la imagen de algo potente que está arriba controlando: el ojo que ve todo lo pasado, presente y futuro, hasta nuestros más ocultos pensamientos… ¡qué asfixia! Un dios que es poco menos que es un sátrapa oriental que reparte suerte a su antojo de modos arbitrarios, terribles y crueles, “para ti una enfermedad, para ti aprobar las oposiciones…” ¡cuánto dolor! Un Dios que premia a los buenos como nosotros y castiga a los malos que no se portan como nosotros… Cada vez entiendo más que sería mejor callar y no hablar de Dios por honestidad y para no generar más sufrimiento… pero no podemos ni debemos callar.

María, la mujer invadida por el Santo Espíritu, invadida por la Misericordia, va a dar a luz a un niño, lo envolverá en pañales y lo pondrá en un pesebre. Esa es la señal que se nos va a dar para reconocer al Dios-con-nosotros, al Emmanuel. Pero este niño Dios encarnado no se va a hacer mayor para exhibirse, impresionar, apabullar, deslumbrar, imponerse, amenazar, condenar… realmente hemos embarrado el Santo Nombre de Dios. Este niño configurado desde las entrañas de María como compasión va a ser el que muestre que sólo ha venido a redimir lo perdido, a aliviar y curar la condición humana herida, a dignificar a los abatidos y sobre todo a mostrar que el hambriento, el sediento, el encarcelado, el perseguido por la justicia es el rostro del Emmanuel. La Navidad es el momento de plantearnos ante el niño de Belén qué decimos cuando decimos Dios.

No podemos caer en la trampa de creer que plantearnos lo de Dios es sólo un asunto de hoy. Todas las generaciones cristianas se han tenido que plantear si creemos en un Dios que impresione y legitime lo más sucio de nosotros y de la condición humana o creemos en un Dios que es capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos, y hacernos mejores personas, más tiernas, más compasivas, más pacificadoras… Hace años preparando una clase de Cristología me encontré con esta reflexión de S. Atanasio (s.IV) que me impresionó y me ha hecho rumiar durante años:

«Si se preguntan por qué no se ha manifestado [la divinidad] a través de otras partes de la creación, que son mejores, es decir, por qué no se ha servido de un instrumento mejor, como el sol o la luna o las estrellas o el fuego o el éter, sino sólo de un hombre, que sepan que el Señor no ha venido a mostrarse, sino a curar y a enseñar a los que sufrían, para mostrarse bastaba aparecer e impresionar a los que le veían, pero para curar y enseñar no bastaba simplemente con venir, era necesario hacerse útil a los que estaban en necesidad y mostrarse de una manera que pudieran soportar los indigentes¨ Vamos, estas navidades, a hacernos “útiles” a los que pasan necesidad y dejar que aflore lo mejor de nosotras y de nosotros mismos ¡Que el niños de Belén nos haga mejores personas!

Toni Catalá SJ