Cuando des un banquete, invita a pobres…

Domingo 22 del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 1.7 – 14)

El evangelio de Lucas, que ha sido llamado con razón, entre otras cosas, el “evangelio de los pobres” (todos los evangelios lo son, pero en Lucas aparece de un modo más explícito esta llamada de Jesús), nos presenta este domingo una escena con una fuerte carga de interpelación a nuestras conciencias y a nuestras prácticas cotidianas.

La escena es un banquete y en él Jesús se dirige en primer lugar a los invitados que van llegando y que “escogían los primeros puestos”. La llamada es, en este caso, una llamada a la humildad: “el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. En segundo lugar, Jesús se dirige “al que lo había invitado” y le exhorta a invitar a los que “no pueden pagarte”. En este caso, la llamada es a la gratuidad.

Humildad y gratuidad son dos actitudes básicas en el seguimiento de Jesús. Ambas necesitan ser entendidas en nuestros contextos de vida, y, así entendidas, adquieren una radicalidad sorprendente. Voy a proponer dos preguntas que nos pueden ayudar a un autoexamen sobre esas dos actitudes.

Para examinar nuestra humildad nos podemos preguntar “¿a qué aspiro yo en la vida?”.

Es posible que nuestra buena conciencia nos lleve a rechazar de inmediato cosas como “aspiro a subir”, “aspiro a ser tenido en cuenta”, “aspiro a ganar”, “aspiro al poder”, bien es verdad que no siempre que se dice eso se renuncia a ello de corazón. Pero a veces podemos caer en la tentación y en la ambigüedad del “más”: aspirar a ser más, a ser el mejor… Digo en la ambigüedad, porque, llevados incluso de buena voluntad o de una falsa comprensión del famoso “más” ignaciano, podemos caer en el orgullo, la soberbia y el desprecio a los demás. Olvidamos que el “más” ignaciano es “más seguir e imitar a Cristo Nuestro Señor”: o sea más ayudar, más servir, más entregarme. Humildad es entender mi vida y mi persona como entregadas y disponibles siempre al servicio y la ayuda a los demás.

Para examinar nuestra gratuidad nos podemos preguntar, en línea con lo que Jesús propone hoy, “¿a quién priorizo yo en mi vida?”: ¿al que me puede pagar o al que no me puede pagar? ¿a aquel de quien puedo esperar alguna forma de pago o recompensa en efectivo o en afectivo, o a aquel de quien no me cabe esperar nada? ¿a aquel en el que percibiré algún tipo de gratificación personal o a aquel que es tan pobre que no puede ni siquiera percibir en lo que vale aquello que le doy? No es fácil vivir en gratuidad: es lo que Jesús expresa cuando dice “te pagarán en la resurrección de los justos”: la gratuidad es siempre un acto de fe. De fe y de agradecimiento porque también nosotros hemos recibido gratuitamente todo aquello que podemos compartir.

Darío Mollá SJ