Corazonadas de Jesús

Así lo podemos contemplar en el relato que hemos escuchado. Un Jesús vibrante, con un corazón que hace de caja de resonancia amplificando una sorpresa, un descubrimiento, un darse cuenta que arranca de él una bendición y una certeza.

Una bendición, colmada de acción de gracias, “te doy gracias, Señor, de cielo y tierra”. El corazón de Jesús se siente rebosante al descubrir la medida que emplea el Padre. Una medida que, como él mismo reconocerá, es remecida y colmada.

Jesús hace la experiencia de la medida del Padre que supera todo cálculo, toda lógica y, por ello, resulta desconcertante, incomprensible e inaceptable para unos y fuente de alegría y bendición para otros. Era cierta la intuición del corazón de Jesús: el Reino de Dios ya está en medio de nosotros. Jesús tiene la experiencia de que esa intuición, de que esa corazonada se confirma al ver cómo actúa el Padre.

Por todas partes hay signos de la presencia del Reino que se va abriendo paso en todos y en todo. Es algo imparable que nada ni nadie puede contener ni retener. Ponle un dique al Reino y lo encontrarás abriéndose paso por otro sitio, de otro modo, por otro corazón.

Una certeza, en segundo lugar, en el corazón de Jesús. “Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Ha llegado el día en que los listos, los espabilados, los que se las saben todas o al menos eso creen, quedarán desconcertados por una sorpresa. Una sorpresa que será mayúscula para nosotros cuando, la claridad de su presencia resucitada, arroje luz sobre nuestros corazones y veamos que son a los sencillos y no a nosotros a quienes el Padre se les ha ido revelando.

Ojalá que cuando llegue ese día también nuestro corazón se llene de bendición y acción de gracias como le pasó a Jesús cuando comprendió que el Padre se revela a los sencillos.

Ojalá que cuando llegue ese día nuestro corazón, como el de Jesús, no se sienta indignado ni ofendido ni tenga necesidad de pasar factura por los servicios prestados ni se llene de rencor porque no se nos ha dado aquello a los que creíamos tener derecho.

Ese día llegará, como el mismo Jesús reconoce, sin previo aviso, como ladrón que entra de noche en la casa. Quizá por ello, nos pide vigilar el corazón, vigilar lo que entra y sale de él porque lo que lo hace impuro no es lo de fuera sino lo que se alimenta desde dentro casi sin darnos cuenta. San Ignacio lo fue descubriendo en sí mismo y nos pide examinar el corazón hasta alcanzar esa sabiduría connatural que se huele por dónde vamos y hacia dónde vamos realmente.

Cuando llegue ese día, cuando descubramos como Jesús que el Padre se revela a los sencillos y no a los sabios y entendidos, ojalá que entonces nuestro corazón se llene de la alegría del Evangelio.

Una bendición llena de acción de gracias y una certeza. Pero también, y en tercer lugar, una invitación: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”

El corazón de Jesús late alivio, bombea alivio haciendo que circule por la historia y en cada historia un flujo de esperanza a los que ya no pueden más, a los que han tocado fondo, a los que han tirado la toalla porque la vida se les ha convertido en algo insoportable e insostenible. Lo único que encontraremos en Jesús es alivio. Para esto ha venido, para quitar cargas, para aligerar la vida, para hacer respirable.

Celebrar la fiesta del corazón de Jesús es celebrar que hay alivio para toda esa ingente multitud de cansados y agobiados.

Celebrar la fiesta del corazón de Jesús es celebrar que hemos sido convocados como comunidad cristiana para hacer lo que, el Maestro y Señor hizo, aliviar. Ojalá que también nosotros, como él, podamos ser invitación a que otros a nuestro lado puedan rehacer la vida, sentir el alivio que viene de parte de Dios y es signo de que la corazonada de Jesús es cierta, el reino de Dios ya está en medio de nosotros.