Hace ahora 500 años, el 21 de mayo de 1521, en la defensa de Pamplona por las tropas castellanas ante los franceses, el soldado Íñigo de Loyola resulta herido en las piernas por una bombarda. Esa herida va a generar un cambio radical en ese soldado que, con el tiempo, será San Ignacio de Loyola. Por ello, se está celebrando el 500 aniversario de la “conversión” de Ignacio de Loyola. Sin embargo, y para ser precisos, hay que hacer algunos matices al respecto.
El primero tiene que ver con hacer coincidir la conversión con el momento concreto de la herida. Ésta quiebra las piernas de Íñigo pero no cambia, de momento, su proyecto vital. Su horizonte de vida cambiará más tarde, en el largo proceso de convalecencia en su casa de Loyola, con lecturas de libros piadosos que le conmoverán y le provocarán un discernimiento del cual sí que saldrá un horizonte nuevo para su vida.
Es significativo lo que se afirma en el nº 4 de su autobiografía: “… se le quedó debajo de la rodilla un hueso encabalgado sobre otro, por lo cual la pierna quedaba más corta; y quedaba allí el hueso tan levantado, que era cosa fea; lo cual él no pudiendo sufrir, porque determinaba seguir el mundo, y juzgaba que aquello le afearía , se informó de los cirujanos si se podía aquello cortar; y ellos dijeron que bien se podía cortar, más que los dolores serían mayores que todos los que había pasado, por estar aquello ya sano, y ser menester espacio para cortarlo. Y todavía él se determinó martirizarse por su propia gusto…”
Efectivamente en la vida de las personas hay situaciones traumáticas que pueden significar un cambio radical de vida, pero no necesariamente lo significan por sí mismas, porque esas experiencias dolorosas o traumáticas pueden ser leídas o vividas de muchas maneras, en función de otras muchas circunstancias que pueden concurrir en el proceso de asimilación de las mismas.
Iñigo, pensando aún en caballero mundano, “…porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías, sintiéndose bueno pidió que le dieran algunos dellos para pasar el tiempo; más en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un ‘Vita Christi’ y un libro de la vida de los santos en romance” (Autobiografía nº 5). Esas lecturas, y el discernimiento sobre los sentimientos que ellas le generaban, sí que fueron el medio del que se valió Dios para cambiar el horizonte vital de Íñigo: de seguir el mundo a seguir a Cristo al modo de los santos.
Cambiado el horizonte, se cambia, en consecuencia, el camino. Pero tampoco se cambia el camino de una vez y para siempre, sino que más bien se inicia una búsqueda. Una búsqueda que convirtió a Ignacio de Loyola en un peregrino, como a él mismo le gustaba llamarse ya en la madurez de su vida. La búsqueda de Ignacio duró toda una vida y las “conversiones” fueron constantes, hasta que al final de su vida puede hacer este resumen de su trayectoria interior: “después que había empezado a servirle (al Señor)…siempre creciendo en devoción, es decir en facilidad de hallar a Dios, y ahora más que nunca en toda su vida, y siempre y a cualquier hora que quería hallar a Dios, lo hallaba” (Autobiografía nº 99).
Haremos breve mención de algunas de esas “conversiones” que jalonaron la vida de San Ignacio y que hicieron de él un peregrino empeñado en “… buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida…” (Ejercicios nº 1).
De un primer proyecto de seguimiento del Señor por el camino de sacrificios y austeridades extremas a un proyecto de servir al Señor mediante la “ayuda a las ánimas”. De un proyecto de ayudar a las ánimas como un peregrino más en Tierra Santa a un esfuerzo en formación personal para ejercer el apostolado donde la Iglesia le pida. De un proyecto meramente individual a buscar y formar un grupo de compañeros, de “amigos en el Señor”, que compartan un mismo ideal evangelizador y un mismo estilo de vida. De un ideal compartido de ir a Jerusalén como grupo para ayudar a las ánimas allí donde Jesús vivió y murió a decidir formar una nueva orden religiosa, con toda su estructura jurídica. De pensar en Jerusalén como el lugar ideal para el encuentro con Cristo a descubrir el mundo entero como el lugar de ese encuentro y servicio…
Muchos de esos cambios fueron “forzados” por circunstancias externas y todos resultado de un discernimiento, individual y grupal, buscando siempre aquello que san Ignacio formula en la despedida de muchas de sus cartas: “que su divina voluntad sintamos y aquella enteramente cumplamos”.
Darío Mollá SJ