Bienaventurados…

Domingo 4º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 1 – 12a)

Nos encontramos este domingo con una de las páginas más impactantes y, si me lo permitís, “escandalosas” del evangelio. Porque ¿no es un escándalo llamar “bienaventurados” a los pobres, a los que lloran, a los perseguidos? ¿Y no es verdad que nuestra sociedad llama no “bienaventurados”, sino “perdedores” a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que trabajan por la paz y la justicia? Es un texto el de este domingo que no admite alternativa: o es un desvarío o es la más profunda de las verdades. ¿Qué hay detrás de estas bienaventuranzas?

El evangelista Mateo las sitúa al comienzo, como inicio, de lo que va a ser su “Sermón del Monte”, un sermón que va a ocupar tres capítulos de su evangelio y que es la proclamación solemne de la nueva alianza que Jesús como Mesías viene a proclamar. Se inicia un tiempo nuevo, una manera distinta de ver las cosas y a las personas: verlas con la mirada de Dios. Estemos atentos a cómo comienza el versículo que precede a las bienaventuranzas: “Al ver Jesús al gentío…”. Las bienaventuranzas comienzan con la mirada de Jesús sobre la gente: una mirada nueva.

Las bienaventuranzas no son ni una ley ni un código moral, pero sí que son una profunda y radical interpelación a nuestro modo de ver y de valorar personas y situaciones Y, obviamente, un nuevo modo de ver y valorar trae como consecuencia unas nuevas prioridades y un nuevo modo de situarnos y de actuar. Ese cambio, ese radical cambio, no es fruto de voluntarismo alguno porque no está, sin más, a nuestro alcance. Es gracia de Dios y, por parte nuestra, pide oración de petición y contemplación de la persona de Jesús para crecer, día a día, en identificación con Él.

Vivir en clave de bienaventuranzas significa fiarnos de Dios más que de cualquiera de nuestras seguridades y de aquello que las sostiene. Vivir en clave de bienaventuranzas es renunciar a cualquier forma de violencia como forma de relación humana. Vivir en clave de bienaventuranzas es extremar nuestra sensibilidad y cuidado con las personas que sufren. Vivir en clave de bienaventuranzas es tomarnos en serio el desafío de la justicia a pequeña escala y a escala de sociedad.

Acoger la interpelación de las bienaventuranzas es ser siempre capaz de acoger y ayudar al hermano que se equivoca, aunque se equivoque contra nosotros. Acoger la interpelación de las bienaventuranzas es ser honesto en palabras y acciones renunciando a cualquier forma de engaño y mentira. Acoger la interpelación de las bienaventuranzas es trabajar también por las causas que parecen perdidas de antemano cuando están en juego los derechos de las personas. Acoger la interpelación de las bienaventuranzas es saber que nuestra vida está en las manos de Dios, sólo en las suyas, radicalmente en las suyas.

Darío Mollá SJ