Domingo de Ramos. Evangelio de la bendición de ramos (Mt 21, 1-11)
Jesús al acercarse a Jerusalén llora conmovido. “Al acercarse y divisar la ciudad, dijo llorando por ella: si también tú reconocieras hoy lo que conduce a la paz. Pero eso ahora está oculto a tus ojos” (Lc 19,41-42). A Jesús le duele la ceguera de los que se niegan a ver el camino que lleva a la paz, le duele la ceguera de senadores, letrados y saduceos que se han apropiado de la ciudad santa de todos los judíos, se han apropiado de la “Casa del Señor” a la que siempre subían con alegría.
Jesús no se acerca a Jerusalén con alegría sino con lágrimas de pena. A Jesús le duele la falta de Compasión. Jesús cuando experimentó en su bautismo la Maternidad-Paternidad del Dios Fuente de Vida no se retiró al desierto como hicieron los esenios en Qumrán, en el desierto de Judea, ante la deriva que había tomado Jerusalén y su Templo. Se retiraron porque no querían contaminarse, se sentían puros y no podían “pringarse” con la ambigüedad de la vida cotidiana. No podían convivir con la continúa sospecha de impureza del pueblo llano, y se retiran sin enfrentarse con los que han hecho de la “Casa del señor” una cueva de bandidos. Jesús no se retira, sino que va a recorrer “caminos, ciudades y pueblos”
Jesús, cuando después del bautismo se sintió empujado por el Espíritu a anunciar la “buena noticia del Reino y curar todo achaque y enfermedad del pueblo, empezó a jugarse la vida. Jesús tomó el camino de la compasión y así nos mostró el camino de la “verdad y la vida”. Pero por tomar este camino Jesús se las tuvo que ver con la “mentira y el crimen” de este mundo, que se espesaba, se estructuraba, se visualizaba, se hacía presente en las personas y estructuras que se apropian de dios y lo convierten en fuente de sufrimiento para los más. Se acerca una confrontación a muerte porque Jesús no puede, le duele, es superior a sus fuerzas tolerar que se trafique con el dolor de la gente en la “Casa del Señor”. La Compasión y la Misericordia no pactan con todo, levantan lo pequeño y desenmascaran lo prepotente, es lo que canta María en el Magníficat.
Jesús se mete en la “boca del lobo”, no se retira. En fidelidad al Dios de la Vida quiere mostrar que éste es Amor y sólo Amor. Entra en Jerusalén igual que ha vivido, en pobreza y humildad. Se esperaba un Mesías que entrara en Jerusalén en poder y realeza, que entrara arrasando, que entrara por las “puertas del triunfo” y Jesús entra montado en un asno joven, rodeado de la gente del pueblo y sin ningún principal que lo reciba.
Por eso Jesús es el Bendito que Viene en Nombre del señor. Es el que viene a mostrarnos que nuestro Dios es un Dios de personas y no de lugares, que nuestro Dios no está en lugares sino, especialmente hoy, en los cuerpos sufrientes. “El velo del Templo se rasgó de arriba abajo”. Recibamos con profunda alegría a este Jesús que sigue viniendo, que sigue caminando con nosotros, que muestra su implicación compasiva”. ¡Hosanna! Porque vienes siempre a sanar, salvar, orientar, acompañar y en este momento de sufrimiento te seguimos acogiendo como el Bendito del Dios de la Vida.
Toni Catalá SJ