¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Domingo diecinueve del tiempo ordinario (Mt 14,22-33)

El mar, las olas, la tempestad es lo inhóspito, la profunda inseguridad, lo que no se controla. El pueblo judío no fue nunca un pueblo navegante, a lo más algunos son pescadores de bajura en el lago de Genesaret. La tierra firme es seguridad, arraigo, terreno conocido… Jesús les ha mandado embarcarse, adentrarse en lo imprevisible. El reino De Dios que anuncia y acontece en Jesús no es permanecer en lo seguro, en lo de siempre… Jesús nos pide “embarcarnos” en historias que de antemano no tienen garantías de éxito sino más bien historias que pueden fracasar y hundirnos.

Entonces, ¿Jesús es un “temerario”? Pues si que lo es, es poco prudente, arriesga, no calcula siempre bien las consecuencias de su decir y hacer Reino: “¿Quién dice la gente que soy yo?”… “Márchate que Herodes quiere matarte…”… “se extrañó de su falta de fe”… “tus parientes dicen que estás trastornado”. Pero es que Jesús se vive desde la Confianza en el Dios Padre y Creador y no en la confianza en la “prudente sabiduría del mundo”.

Jesús nos empuja a lo nuevo y desconocido pero nunca nos deja solos (“Ánimo… no tengáis miedo”) Tenemos que reconocer que en el seguimiento de Jesús muchas veces los miedos a fracasar y a hundirnos, los miedos a desaparecer, personal y eclesialmente hablando,  nos llevan a querer encontrar “salvavidas” al margen del Señor. Encontrar “salvavidas” en los poderes de este mundo, está tentación es crónica y enfermiza, encontrar “salvavidas” en traficantes del dolor que lo único que hacen es mantenernos “chapoteando” hasta la extenuación cuando nos venden el producto de que solos podemos salir adelante.

Pedro quiere acercarse al Señor andado sobre las aguas, manteniéndose en pie en las situaciones adversas, pero para que le demuestre que es él (“si eres tú…”) Pedro no está en al ámbito de la confianza incondicional en el Señor, aun está en una relación de que “Jesús me tienes que demostrar…” Pedro se hunde atenazado por miedos.

Siempre es Jesús el que nos tiende la mano y nos saca del hundimiento, él es el único que nos salva. Solos no nos podremos salvar. Esto, en nuestra cultura prepotente y narcisista, es una “herejía”. Es verdad que yo no necesito un salvador de los que “salvan” para después esclavizarme o someterme como hacen los “principales”, dice Jesús. Yo sólo quiero un Salvador que se compadece de nosotros porque pasó también por el hundimiento y el Padre lo levanto de la muerte y nos hizo hermanos de él.

Toni Catalá SJ