Domingo treinta del tiempo ordinario (Mt 22,34-40)
Que pena que se use el Santo Nombre de Dios con mala fe, que se use para enredar, para hacer trampas, para hacer daño. Sigue el acoso de saduceos y fariseos, no dejan a Jesús en paz. Es tremenda la insistencia con la que pretenden derrumbarlo, quitarlo de en medio, eliminarlo. ¿Cómo es posible tanto encono? Aceptemos que los humanos podemos llegar a ser muy miserables… y los hombres y mujeres religiosos, por supuesto, también.
Es posible porque perciben a Jesús como peligroso. Lo viven como una amenaza. Saben que su amar y vivir de todo corazón al “Dios de Abraham, Isaac y Jacob como Dios de Vivos y no de muertos”, (leamos la confrontación anterior con los saduceos a propósito de la resurrección [Mt 22,23-33]), una vez más les desenmascara la utilización de Dios para generar sufrimiento y abatimiento en las criaturas con enredos y falacias.
Jesús ama apasionadamente al Dios de los Padres y Madres de Israel, Jesús ama profundamente la Torah, la Ley (el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia). En la Ley se narran las grandes historias de Dios con su pueblo y Jesús pertenece a pueblo de Israel, pueblo en el que los cristianos somos una rama injertada (Rom 11,17). San Juan Pablo II lo afirmó con claridad en la primera visita que hacía un Papa a la Sinagoga de Roma: “sois nuestros hermanos mayores en la fe”.
Jesús ama con todo su ser al Dios que vivifica la creación y la historia. Jesús no se concibe sin estar arraigado en este Dios de Vivos, que genera vida… pero Jesús sabe que este Dios siempre nos “aproxima”, nos acerca a sus criaturas para amarlas de todo corazón. Cielo y tierra, Dios y criaturas, alabanza y compasión… no van en paralelo, de ningún modo. El Dios que Jesús ama es el Padre y Creador, y no se puede querer sin querer apasionadamente a sus hijas e hijos. “Cielo y tierra” no están en conflicto, dicen los sabios carismáticos de Israel: “Dios vio que el cielo y la tierra tenían celos el uno de la otra. Por lo que creó al hombre a partir de la tierra y su alma a partir del cielo”
Amar a Dios nos hace “prójimos”, nos aproxima compasivamente a sus criaturas amadas, y amar a las criaturas nos acerca a la Fuente de Agua Viva, al Dios de Vivos. Jesús no cae en la trampa farisea de disquisiciones legales, de qué mandato prima sobre otro, de qué mandato legal es más importante que otro. Jesús va a la raíz y los calla una vez más.
La fe de Israel nos impide separar “los dos amores”, y cuantas veces los cristianos han querido y podemos seguir queriendo arrancar de cuajo las raíces de Jesús, que se expresa en el “antiguo testamento”, para poder hacer de Jesús lo que se nos antoje. No olvidemos los destrozos históricos de ignorar culpablemente la judeidad de Jesús.
El Hijo de Dios se encarnó en una historia concreta y en esa historia de dolor y de alegría, de atinos y de desatinos, de violencias y de paces, de bondad y de maldad… historia de Israel que es nuestra misma historia. Nos mostró en fidelidad a su pueblo que lo único importante es el Amor incondicional. Ni cielo sin tierra, ni tierra sin cielo.
Toni Catalá SJ