A otros ha salvado; que se salve a sí mismo

Trigésimo cuarto domingo. Jesucristo, Rey del Universo (Lc 23,35-43)

Efectivamente Jesús no puede salvarse a sí mismo, ni lo pretende. Al final del año litúrgico, hoy es la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, seguimos acompañando a Jesús en su vida de servicio y sólo servicio hasta el final. Jesús no se ha retirado ante la amenaza, se ha implicado compasivamente y eso para él no tiene vuelta atrás (“hasta el tercer día estaré curando enfermos y expulsando demonios”, hasta el final estará aliviando el sufrimiento de su pueblo).

La cruz es el lugar de la verdad, es el lugar que pone en crisis, que juzga toda imagen idolátrica e interesada de Dios, que pone en crisis todo poder y realeza de este mundo. Ante la cruz aparece el sarcasmo, la ironía cruel y mordaz de los magistrados de Israel, de los soldados asalariados de los “reyes” de este mundo y de los “malhechores” que se han instalado en la enajenación que provoca el resentimiento y del odio. Es el momento más doloroso, triste y desolador del relato evangélico. Se nos muestra hasta dónde puede llegar lo peor de la condición humana, de nosotros mismos. Lo peor es la cerrazón del corazón ante la víctima inocente, la incapacidad para ver la bondad, la compasión y la fidelidad del Crucificado.

Jesús se ha vivido desde una experiencia de Dios que le ha llevado a acompañar el dolor y la soledad de las viudas de Israel, que le ha llevado a enderezar, a poner en pie a tantas criaturas encorvadas y asfixiadas, que ha generado espacios de respiro y dignificación para tantas “hemorroisas” y “leprosos” estigmatizados, que ha generado dinámicas de perdón y reconciliación para tanta gente desnortada, pecadora y perdida, perdonando  a tantos Zaqueos, Levis… Jesús no ha pedido nunca nada para sí, ha sido limpio en su actuación, no ha traficado con dolor de la gente, no ha hecho ningún portento para que la gente crea en él, no le interesaba nada lo suyo, sólo la Gloria de Dios y el alivio de sufrimiento. No se lo perdonan aquellos que hacen, que hacemos, de Dios un negocio o un artilugio aparatoso para enmascarar nuestro interés de prestigio, de pavoneo, de tantas y tantas cosas nada limpias…

La cruz pone el mundo al revés. La realeza y el poder están en el Jesús des-vivido por amor. Los magistrados aparecen como cegados e ignorantes, los soldados como pobres hombres imitadores de sus jefes, sólo el “malhechor” que asume su límite y precariedad encuentra salvación. Se entiende que la Cruz moleste y que, como ya hace años nos avisaron los dos grandes teólogos Moltmann (luterano) y Metz (católico), esté desapareciendo del cristianismo y de la espiritualidad de Europa. Mejor mirar a otro lado y que los reyes del universo sigan siendo los ídolos de la Riqueza Insaciable, el Ego Hinchado, la Voracidad Depredadora sobre la casa común… Prefiero a un Rey del Universo como es el crucificado, en el que no hay doblez sino bondad y sólo bondad.

Toni Catalá SJ