Serás bienaventurado

Vigésimo segundo domingo (Lc 14,1.7-14)

Jesús tiene más paciencia que el santo Job. Desde que empezó su misión de anunciar el Reino de Dios tiene que soportar el acecho, la murmuración y el “espionaje” de los mismos de siempre: los que no miran de frente sino de reojo y de soslayo (nada hay nuevo bajo el sol, en 1906 se fundó clandestinamente en la iglesia el “Sodalitium Pianum” una organización secreta de clérigos para espiar a los “modernistas”… lo disolvió Benedicto XV en 1921)

Jesús no pierde la libertad, sabe que su actuación molesta a unos, pero otros lo entienden y lo disfrutan, y es lo que le importa: “los sabios y letrados no me entienden, la gente sencilla me entiende”. Esto le parece bien al Padre del Cielo. Además, Jesús es un buen observador y entiende de la condición humana, no olvidemos que se pasó la mayor parte de su vida siendo un vecino y trabajador más y en esos años se “empapó de vida”. Tendemos a la apariencia y a los primeros puestos… y quién diga que no tiende a eso, se engaña. Nos puede pasar que, como ya nos sabemos la parábola, nos vamos directamente al último puesto para que nos suban al primero. Esto parece que no tiene arreglo, pero Jesús siempre sorprende. “La desgracia del orgulloso no tiene remedio”, nos dice la primera lectura.

Para Jesús no se trata de que perdamos mucho tiempo en examinar si buscamos o no buscamos relevancia y primeros puestos, si somos humildes o no lo somos… ¡pues claro que los buscamos!

El tema se desmadeja cuando Jesús nos cambia la mirada y nos descoloca: nos viene a decir que entre hermanos, amigos y vecinos «ricos», siempre estaremos viendo quién queda mejor y si se me agradece lo que hago por ellos, si se me reconoce lo que valgo…  y siempre en el bucle de “te quiero y me tienes que querer”, te “acojo y me tienes que acoger”, “te invito y me tienes que invitar”, “te regalo y me tienes que regalar” … ¡que asfixia!

Jesús nos cambia la mirada y nos descoloca, nos dice que, en las relaciones simétricas, entre iguales, siempre estaremos compitiendo. Jesús rompe la simetría para que en la relación asimétrica no haya retorno: invita a los que no te pueden devolver la invitación (los que no te puedan corresponder dice Lucas), y verás cómo te liberas y aprendes a compartir en gratuidad. Me parece fascinante cómo Jesús nos saca de atolladeros paralizantes. Deja que entren en tu vida “pobres, lisiados, cojos, ciegos”, deja que te descoloquen, experimenta de verdad el “que desagradecidos son los pobres” (¿nos suena?, experimenta el que no te agradezcan lo que haces” …  porque están tan abatidos y expoliados que la vida no les da ni para agradecer. El evangelio es muy fuerte.

Buscamos retorno siempre en nuestra actuación y “es normal”, pero Jesús nos lleva al límite, nos lleva a la radical gratuidad, a depurar motivaciones, a desenmascarar este mundo de convenciones sociales “buenas y educadas” para poder experimentar que somos “bienaventurados” cuando vivimos la liberación de la espera continua de reconocimiento… Esto no es masoquismo, es contracultural, nuestra cultura no entiende de gratuidad, pero Jesús si.

Toni Catalá SJ