Preguntas incómodas

Lo que acontece en el Evangelio se mueve en la órbita de las preguntas que comienza con un “¿y si…?”. Son preguntas que dejan abierta la posibilidad de cuestionar lo que se ha asumido con normalidad: que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, que su justicia es darle a cada uno lo que se merece y poner a cada uno en su sitio cuando el orden establecido por la ley y el templo o por nuestra visión y comprensión de la realidad se ve alterado.

¿Y si resulta que Dios no es el garante de dicho orden establecido? ¿Y si resulta que hemos justificado con un discurso impecablemente religioso lo que es contrario a la fe? Hacerse preguntas de este tipo es meterse en un berenjenal además de pedir una buena dosis de pasión por la verdad y de libertad ante las propias justificaciones.

Es la pregunta que los fariseos le harán a Jesús, “¿por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?” Y el Evangelio nos cuenta que Jesús ya se imaginaba de qué iba todo eso: ¿y si resulta que, en realidad, estáis olvidando lo esencial y os habéis enredado en normas y leyes? ¿Y si resulta que, en realidad, estáis tapando vuestros engaños bajo argumentos impecables?

Hay preguntas que abren un boquete que acabarán agrietando hasta el derrumbamiento lo edificado con tantas medias verdades, con tantas razones aparentes. En principio, todos estaríamos dispuestos a un seguimiento de Jesús hecho a base de preguntas incómodas que nos harían imaginar esa alternativa, el Reino, tan anhelado como temido. Pero los mecanismos de defensa son poderosos, más de lo que nos pudiéramos imaginar, porque están en nosotros, solapados bajo discursos interesados, apegos inconscientes y certezas inamovibles.

A muchos nos entusiasmó aquel deseo expresado por Francisco cuando dijo que quería “una Iglesia pobre para los pobres” o que deseaba “una Iglesia en salida”. Muchos lo aplaudimos y pensamos que ya era hora que un Papa lo dijera así de claro. Francisco se puso manos a la obra y vemos a diario que lo dijo en serio. Y empezaron las críticas, los cuestionamientos, las denuncias por parte de unos y las perezas, las desidias y la falta de imaginación y audacia por parte de otros.

A los que se mueven en la órbita de las críticas y cuestionamientos, que Dios los bendiga y los proteja de tantas amenazas apocalípticas como ellos mismos anuncian y presagian. A los que se mueven en la órbita de las perezas, desidias y falta de imaginación, una propuesta que comienza por contemplar la realidad. Contemplación que, en el Evangelio, es entrar en contacto con ella para ver, oír, tocar, oler como hacia Jesús cuando recorría todas las ciudades y aldeas. Contemplación que afecta visceralmente, como a Jesús que se le revolvió el estómago y decidió implicarse compasivamente. Y ante esa realidad que no deja indiferente, empezar a hacerse preguntas no sólo sobre ella sino también sobre nosotros mismos.

Será el Espíritu quien nos hará imaginar lo que jamás se nos habría ocurrido, conectándonos con el corazón y el deseo de Jesús.