Papá: en misa me aburro y me porto mal

Tantos años trabajando en la pastoral, tantas dinámicas aprendidas e inventadas, tantas canciones, tantos recursos empleados, tantos campamentos, tantas pascuas, tantas catequesis,… Y de repente te encuentras con que en casa del herrero cuchillo de palo. Tus hijos están teniendo una experiencia de Iglesia contraria a la que llevas años empeñado en generar con los cientos de niños y jóvenes que “han pasado por tus manos” como agente de pastoral.

La verdad, tampoco nos pilló muy de sorpresa. Y es que la cosa se veía venir. Tratábamos de salvar la situación llevando algún juguete más o menos discreto que le ayudara, sobre todo, a superar el rato de la homilía. Y no éramos los únicos, porque a veces nos juntábamos al fondo de la iglesia un buen grupito de padres apurados conteniendo a sus hijos para que no molestasen al resto de la comunidad durante la celebración.

Este ejercicio de sinceridad por parte de Ruth (nuestra hija mayor)  supuso el pistoletazo de salida para nuestra búsqueda. Y es que también nosotros, sin darnos cuenta, habíamos dejado de buscar. Durante años habíamos tenido nuestra comunidad allá donde habíamos vivido, pero desde nuestra llegada a Valencia y la llegada a su vez de los niños a casa, nos habíamos desenchufado. Las circunstancias mandaban y no había vida más allá de esta nueva aventura de ser padres.

Necesitábamos una misa para niños. Peinamos buena parte de la ciudad. En muchos sitios nos abrieron sus puertas y conocimos iniciativas de gente que está promoviendo comunidades más dinámicas y con mayor corresponsabilidad. Pero nada se ajustaba a lo que andábamos buscando.

Y, así es como un día llegamos al Centro Arrupe. Un amigo, un comentario, un boca a boca y una nueva incursión en una comunidad que nos abría sus puertas. No sabíamos que ésta iba a ser la buena, ni en qué iba a deparar este nuevo intento.

Desde la llegada la sensación de acogida fue total. Tanto a nuestros hijos como a nosotros. Y esto fue lo que nos descolocó. Buscando una misa para nuestros hijos habíamos encontrado, sin buscarlo, una comunidad para toda la familia.

Pero el problema no estaba resuelto. ¿Cómo hacemos para que nuestros hijos también sientan esta comunidad y estos momentos como suyos?

Habíamos oído hablar a unos amigos de una experiencia que se viene realizando en algunas parroquias. Se trata de articular la celebración como un acontecimiento que nos incluye a todos, pero que al mismo tiempo respeta la singularidad de cada uno. Así, si bien todos compartimos la misma eucaristía, hay un momento en el que niños y adultos necesitamos un lenguaje distinto: “Cuando era yo niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño” (1Cor13,11). Por tanto, ¿por qué no preparar una homilía para niños alternativa a la de los adultos?

Casi sin pensarlo mucho se lo propusimos a aquel jesuita que parecía tan serio. La respuesta fue inmediata: “Vale, pero de eso os ocupáis los padres.” Apertura, disponibilidad, corresponsabilidad. Al final resultó que el jesuita iba por delante nuestra y tiene tanto la capacidad de animar a la comunidad y contagiar su sueño como la de ayudar a nacer una Iglesia más dinámica y participativa en la que el laico tiene su vocación y misión.

El resto fue cuestión de ponernos en contacto los padres entre nosotros, organizarnos y repartirnos un calendario de eucaristías. Al llegar el momento de la homilía los niños salen a una sala conjunta a la capilla acompañados de algunos padres y allí tienen su actividad. Con llevarse una idea del evangelio es más que suficiente. Cualquier estrategia es válida. Solemos tener un breve diálogo inicial para explicarles la lectura. Y después: pintar, colorear, hacer un mural, aprender una canción, una dramatización… Y, sobre todo, la vivencia de que en la eucaristía hay un lugar para ellos y una función para ellos.

Después, les encanta volver a la capilla y enseñar a los adultos lo que han hecho. Sienten que también ellos tienen una palabra que decir en la asamblea, y los adultos reciben también el evangelio de la mano de éstos más pequeños. “Y el que a uno de estos niños acogiera en mi nombre, a mí me acoge” (Mc9,37).

Y la cosa no ha quedado ahí. Vamos buscando continuamente la manera de dar a nuestros niños la posibilidad de vivir que esto de la misa no es de espectadores, sino de celebrantes. Así, han encontrado un espacio especial a los pies de nuestro coro, al que acompañan tocando estupendamente sus instrumentos musicales. Ayudan en la liturgia eucarística. Traen de casa oraciones que quieren compartir en el ofertorio o en la acción de gracias con toda la comunidad. Y una vez al mes toda la comunidad se hace un poco más niña y toda la liturgia se adapta un poco más a ellos, haciendo lo que se suele llamar una misa de niños.

«Entonces, Ruth. ¿Ya no te aburres en misa?. “No, ya no me aburro. Porque una señorita trae instrumentos y los reparte entre los niños para que luego toquemos hacemos canciones, nos dan instrumentos para tocar. Y también los niños nos vamos a preparar la actividad. Hacemos manualidades y luego les contamos de qué trata lo que hemos hecho.”

Sólo dos cosas para terminar. La primera es que se me pidió que escribiera sobre la presencia de los niños en nuestras celebraciones pero, como os habréis dado cuenta, no lo he podido separar de la vivencia comunitaria que estamos experimentando toda la familia. Y es que ésta es una clave que cada vez vemos con más claridad en el Centro Arrupe: la familia es el núcleo alrededor del que gira toda la actividad evangelizadora. O, como dice Francisco:

“Reforzar el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente. Las familias tomen la iniciativa y sientan la responsabilidad de llevar los propios dones preciosos para la comunidad. Todos debemos ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia deben cumplir el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad. “Para que esté viva hoy esta realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana».

Catequesis de Francisco del día 9 de septiembre de 2015

La segunda es la alegría de poder abriros las puertas de nuestra comunidad e invitaros a nuestra casa, que será también la tuya si quieres.

«Una Iglesia de verdad según el Evangelio no puede no tener la forma de una casa acogedora. Con las puertas abiertas siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.”

Catequesis de Francisco del día 9 de septiembre de 2015