Orar siempre, sin desanimarse

Vigésimo noveno domingo (Lc 18,1-8)

Los discípulos, a medida que avanzan hacia Jerusalén, se sienten abatidos y con menos fe. Ya le han pedido a Jesús que se la aumente. Están desalentados porque perciben escándalos y dificultades para generar espacios de perdón y reconciliación. Perciben que a Jesús, camino de Jerusalén, lo siguen acosando los de siempre y tendiéndole trampas. Este desaliento les puede llevar a perder la confianza, la fe en Jesús y en el Dios que invoca y vive como Padre y Creador. Están entrando en una dinámica de duda sobre si esto del Reino vale la pena. No nos tenemos que sorprender si también nos pasa a nosotros. Si no nos pasa, muy engreídos y orgullosos tenemos que ser

Jesús no va a hacerles una arenga voluntarista, sino que les cuenta un cuento, una parábola (Lc 18, 1-8): la viuda pesada y el juez “vivalavirgen”.  La viuda es una pesada que acaba sacando de quicio al juez con tanto insistir en que le haga justicia y al final lo consigue por agotamiento. Esto es la vida misma: “por no oírte más… ahí tienes lo que pides”. Jesús nos está diciendo que “agotemos” también a Dios a base de orar… y aquí nos viene el problema y la duda: ¡Pero si la oración de petición es magia, si Dios sabe lo que necesitamos, si a Dios no le arrancamos nada por mucho que insistamos…! En fin, un lío. Creo que todo es más sencillo.

Lo que Jesús nos dice es que la oración no es acotar un “ratito” de tiempo al día dedicado a Dios para que en ese rato saquemos todos los resentimientos, impaciencias, frustraciones… (no digo que a veces no haya que hacerlo). Hoy, en nuestra cultura psicologista, tenemos un auténtico supermercado de ofertas, con soluciones más o menos eficaces para esto. Orar es un modo de estar en la vida, por supuesto que se explicita en tiempos, pero hay que andar con mucho cuidado con los dualismos, vida que queremos y deseamos que “siempre” este referida al Padre, que sea una vida vivida en su ámbito compasivo. En Ignacio de Loyola “siempre” es “todo”, nos dirá “en todo amar y servir”, “el amor más en las obras que en las palabras”, “todo desciende de arriba”, “todo es don y todo es gracia

La petición de las peticiones es pedir fortaleza al Espíritu para no desfallecer, entonces descubrimos y experimentamos que El es “inagotable” porque siempre mira por nosotros. «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11,13). Pedir el Espíritu de su Hijo es pedir fortaleza para seguir generando vida, no es pedir que se acabe la injusticia en abstracto, sino que nos de fortaleza para no ceder ante ella y luchar. No es pedir en abstracto por los pobres y enfermos sino pedir fortaleza para aliviar y consolar… Porque nosotros nos agotamos, perdemos confianza, tenemos que estar siempre referidos a la Fuente de la Vida Inagotable.

La petición a la que nos invita Jesús es toda una vida, ¿encontrará esta fe en la tierra, el Hijo del Hombre cuando vuelva? Vamos a pedir que estemos despiertos y vigilantes.

Toni Catalá SJ