Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón

Décimo noveno domingo (Lc 12:32-48)

Estamos contemplando que Jesús es muy claro: si ponemos la vida en el acumular, en “almacenar en graneros cada vez más grandes”, la vida se convierte en un viaje a ninguna parte, en una inutilidad, pues se nos escapa lo más importante y definitivo que es ser “ricos ante Dios”, que es ser ricos en humanidad, humanidad vulnerable pero incondicionalmente abrazada por el Dios Compasivo. El domingo pasado el evangelio nos lo decía de un modo contundente enlazar.

Esto a los discípulos les causa mucho desasosiego porque supone desasirse de seguridades que se nos presentan idolátricamente fascinantes. Si “tengo” me siento seguro, pero por otra parte nos rompemos sino tenemos “agarraderas” en la vida. Somos muy vulnerables y no somos “lo más de lo más” y el que más y el que menos necesita, necesitamos, anclajes. Jesús lo sabe, por eso no nos pide lo imposible, sino que nos invita a mirar de frente nuestros temores y así poder sanarlos.

Impresiona caer en la cuenta que en el evangelio de Lucas la expresión que más se repite en labios de Jesús es: “No temas” ( “no temas Zacarías”, “no temas María”, “no temáis pastores”, “no temas Pedro”, “no temas Jairo”, “amigos no temáis”, “no temas rebaño pequeño”). Los temores paralizan, nos llevan a creer que la Buena Noticia no es para nosotros, cuando en realidad Jesús pretende lo contrario. Pretende liberarnos de temores y miedos y la clave que diluye el temor es caer en la cuenta “qué es decisión del Padre reinar de hecho sobre nosotros” (“ha tenido a bien daros el reino”).

“Es decisión suya”. Esta decisión resume toda la Buena Noticia de Jesús, a Dios no le arrancamos nada con nuestras piedades, oraciones, sacrificios, imperativos, opciones… simplemente ha decidido querernos incondicionalmente y para siempre. Uno de los teólogos más potentes del siglo XX, R. Bultmann, lo dijo genialmente: las tradiciones religiosas ponen siempre primero el imperativo para llegar al indicativo, “haz esto, esto y esto y Dios entonces te quiere”. Jesús le dio la vuelta radicalmente a esta percepción, primero es el indicativo y de ahí surge el imperativo, “Dios te quiere incondicionalmente, actúa en consecuencia” ¡Genial! El Evangelio no es más de lo mismo, es radical novedad. En la jerga litúrgica, tan veraz, pero a veces tan lejana en el lenguaje, todo lo acontecido en Jesús es “alianza nueva y definitiva”. Fidelidad incondicional y para siempre.

Lo único que se nos pide es estar vigilantes, “que nos encuentre en vela”. Estar vigilantes no es estar tensos sino “espabilados”. El Señor está ahí, está llamando, tan sólo nos pide que abramos. Estar en vela es sensibilidad para percibir que vivimos en el “ámbito del Compasivo”. Cuando nuestro tesoro es el Amor Incondicional, cuando nuestro tesoro es sentirnos queridos y ponemos nuestro corazón en él, experimentamos que cada día se nos da su Espíritu que no nos hace “recaer en el temor” como bien nos recuerda S. Pablo. Lo que pide la vigilancia es la confianza (segunda lectura) y cuando esperamos y confiamos sólo en nuestro tesoro que es el Señor, de la esterilidad surge como en Sara “el vigor para concebir” y seguir pariendo Vida.

Toni Catalá SJ