Discernimiento espiritual

En su Exhortación «Alegraos y regocijaos», Francisco afirma que «somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros -deseos, angustias, temores, búsquedas- y lo que sucede fuera de nosotros -los «signos de los tiempos»- para reconocer los caminos de la libertad plena» (GE 168).

Las Reglas de discernimiento de san Ignacio son una ayuda para ese camino de la libertad. Las ofrecemos aquí con un lenguaje adaptado del texto original. En cualquier caso, recomendamos el Taller «Discernimiento con el Papa Francisco» que proponemos en nuestra Escuela Ignaciana, enlazar.

Al inicio de sus Reglas de discernimiento, los Ejercicios Espirituales nos proponen una primera situación vital en la que nos podemos encontrar las personas. Es la situación de estar en la vida sin horizonte ni norte que oriente y encamine. Es un matiz importante distinguir entre horizonte y meta. Necesitamos tener metas en la vida pero, sobre todo, necesitamos tener un horizonte de sentido. Podemos tener metas pero haber perdido el horizonte o el norte. Cuando ese horizonte que sitúa la vida no se da o se ha desdibujado, lo más probable es que la persona se conforme con ir tirando sin hacerse mayor problema o que se inquiete cuando se pregunte hacía dónde se está encaminando realmente en su vida.

El segundo criterio o regla de discernimiento nos propone una segunda situación vital contraria a la anterior: la persona que vive con el horizonte de vivir más evangélicamente es probable que experimente inquietud y desánimo. El entusiasmo inicial contrasta con pensamientos y emociones que le invaden. Son temores infundados que le pueden hacer sentir inseguro en los pasos que está dando. La imaginación puede jugar malas pasadas al hacerle creer que las dificultades se presentan son insuperables. Así mismo la imaginación le lleva a percibir falsas amenazas dentro y fuera de la propia persona. Este estado espiritual se alterna con otros momentos de tranquilidad y ánimo porque ve con claridad los pasos a dar, sintiéndose fortalecido y animoso para seguir adelante.

Planteadas las dos situaciones vitales de partida, las reglas de discernimiento se detienen en identificar los dos tipos de movimientos interiores que se dan en ambas situaciones. El lenguaje ignaciano hablará de consolación y de desolación.

La tercera regla o criterio de discernimiento nos presenta ese movimiento interior que san Ignacio denomina como consolación. La persona experimenta que el deseo de vivir más evangélicamente se fortalece. Un deseo que le lleva a dar pasos concretos en la vida cotidiana: una mayor implicación en determinadas situaciones, proceder más acorde con los valores del Evangelio en los distintos ámbitos de la vida, una disposición más favorable al servicio concreto y cotidiano, una mayor identificación vital con Jesús… La persona siente fuerza y ánimo para avanzar y, al ir viviendo de ese modo, experimenta alegría y paz.

La cuarta regla o criterio de discernimiento nos presenta ese movimiento interior que san Ignacio denomina como desolación. La persona experimenta que el deseo de vivir más evangélicamente se puede debilitar por el impacto de diversos movimientos interiores. Algunos de ellos se identifican con una gama de emociones que alimentan el desánimo y la flojera: la persona se siente desmotivada, desganada sin saber muy bien porqué. Otras veces, la desolación se nutre de pensamientos negativos invasivos que dejan a la persona dando vueltas sobre sí misma, encerrándola en un bucle del que no sabe cómo salir, haciéndole creer que esos pensamientos responde a la realidad. Esta regla de discernimiento nos llama la atención para que prestemos atención a esos pensamientos para identificarlos y verlos con perspectiva.

El discernimiento espiritual nos ayuda a sabernos manejar en medio de esa alternancia y diversidad de movimientos interiores. ¿Qué puedo hacer cuando estoy desolado, abatido…? San Ignacio ofrece criterios prácticos y concretos para, en primer lugar, gestionar esos tiempos de desolación.

Esta quinta regla o criterio de discernimiento te resultará familiar: “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. Los estados interiores negativos suelen provocar en la persona una sensación de inquietud y desazón que resulta bastante incómoda. y que suelen presentarse con un estado de confusión que hace dudar sobre las decisiones tomadas para vivir más evangélicamente. Lo mejor será dejarlo estar, puede pensar la persona. Sin la claridad necesaria para valorar qué está pasando realmente, se cambia la decisión tomada creyendo así que volverá la deseada paz. Sin darse cuenta la persona ha caído en una dinámica de engaños de los que intenta autoconvencerse

La sexta regla o criterio de discernimiento complementa la anterior. Si en las situaciones negativas (desolación) no hay que cambiar la decisión tomada, entonces ¿qué hay que hacer? Esta regla plantea distintas estrategias para afrontar esos momentos. Lo más importante es ser proactivo y reaccionar ya que no ayudan los posicionamientos pasivos (dejarlo estar, dejarse llevar…). ¿Cómo reaccionar? Primero, identificando los pensamientos negativos que se están alimentando y qué los están provocando (p.e. creencias sobre uno mismo como son el creerse incapaz o carente de habilidades y recursos). Segundo, nombrando las emociones que se alimentan de esos pensamientos (p.e. como creo ser una persona carente de destrezas me siento inseguro y ansioso). En tercer lugar, atender a las pautas de conducta que esos pensamientos y emociones provocan para introducir modificaciones. Esto, probablemente, supondrá un cierto esfuerzo porque se han automatizado unas pautas de conducta sin atreverse a ensayar otras posibilidades.

Por paradójico que parezca, cuando somos agitados por movimientos interiores negativos (desolación) podemos realizar aprendizajes que en otras circunstancias no haríamos. Estas ocasiones son verdaderas oportunidades que pueden ayudarnos a realizar nuevos descubrimientos sobre nosotros mismos. ¿Qué nos permiten aprender esos momentos? Cuáles son nuestros puntos débiles. Ya no se trata sólo de saberlo sino de ser conscientes de ellos de manera que podemos adquirir sabiduría sobre nosotros mismos. Es una sabiduría que da lucidez no sólo sobre los puntos débiles sino también sobre las propias fortalezas, sobre aquellos aspectos que nos servirán de punto de apoyo para salir adelante.

La octava regla o criterio sigue la estela de lo que se empezó a plantear en la sexta: ¿qué hacer cuando estamos bajo el impacto de movimientos interiores negativos? Hasta ahora se nos ha dicho que no cambiemos las decisiones inicialmente tomadas, que reaccionemos y que aprovechemos la situación para realizar nuevos aprendizajes. A estas estrategias se suma la de tener paciencia o, con otras palabras, “aguantar el tirón”. La tendencia espontánea es ignorar o eliminar los estados negativos por el malestar que producen. Desarrollamos estrategias de evitación como modo de defensa. Esta regla nos propone lo contrario: integrar ese momento, sabiendo que son pasajeros y afrontarlos..

La novena regla de discernimiento nos propone considerar el valor pedagógico de la desolación ya que es la ocasión para no “echar balones fuera” sino para reconocer en qué medida lo que nos pasa es responsabilidad nuestra. Es necesario ser sincero con uno mismo y destapar posibles engaños con los que se han pactado. Es también la ocasión para probarnos en nuestra capacidad de resistencia ante la adversidad, al ser una oportunidad de fortalecimiento interior. Nos enseña a tener en cuenta que el deseo es confrontado con la realidad, sabiendo que cuando nos venimos arriba e idealizamos el seguimiento de Jesús, la realidad nos recoloca y nos da nuestra justa medida. Pedagogía del deseo pero también del realismo.

Todo ello va a proporcionar un aprendizaje nuevo, adquirir otras destrezas que hasta ese momento no se habían necesitado. Y, sobre todo, va ofreciendo una sabiduría a la persona que desconocía. A esto van las siguientes Reglas de discernimiento.

Esta regla sigue la línea de aprender a manejar con sabiduría la alternancia y diversidad de los movimientos interiores (consolación y desolación). En los momentos en que hay paz y claridad ayuda tener presente cómo hacer en los momentos de inquietud y agitación. La persona que ha experimentado la desolación ha podido adquirir mayores destrezas para manejarse en ella. Lo deberá tener en cuenta y ser previsor ya que no ayudará improvisar en esos momentos de dificultad. Nuevamente es la lucidez sobre las propias reacciones que se tienen en la desolación para modularlas e incorporar los aprendizajes realizados en otras ocasiones

La undécima regla o criterio de discernimiento nos propone dos polaridades a evitar: venirse arriba en los momentos de entusiasmo (consolación) o hundirse en los momentos de desánimo (desolación). Ninguna de esas reacciones ayuda y pueden engañarnos con posibles espejismos: creer que todo es maravilloso o creer que todo es un desastre. Ambas reacciones nos pueden llevar a tomar decisiones precipitadas y equivocadas, al estar ofuscados por emociones tan intensas que nos impiden valorar con claridad y realismo.

Y llegamos al final donde las tres últimas reglas o criterios de discernimiento nos llaman la atención sobre tres situaciones que debemos tener en cuenta.

La primera de ellas es que en momentos de desánimo y abatimiento (desolación) la persona se sienta sin fuerzas, desmotivada y desganada. Es posible que esa situación se le vaya apoderando y ganando terreno. Una vez más, ayudará activar la capacidad de reacción evitando la “caída libre”. Se trata de “hacer de contrario modo” a lo que nos pide el cuerpo y en vez de abandonarnos y tirar la toalla, plantar cara a la situación.

La segunda situación sobre la que debemos estar atentos es que no es suficiente con desear vivir más evangélicamente, que hay que contar con la realidad propia y ajena. Llenos de buenas intenciones nos descubrimos enredados en la maraña de motivaciones no clarificadas o de intenciones no siempre rectas. Puede que no le demos mayor importancia o que simplemente no le prestemos la suficiente atención a todo ello. Sea como sea, preferimos que todo eso pase desapercibido ante nosotros mismos y ante los demás. Para que hablar de ello, podemos pensar, no vamos a ir con esas tonterías que tampoco son para tanto. Al enredo inicial se añade el silenciamiento de todo ello. La persona se va engañando al ir tapando esas dinámicas y evita afrontarlas hablando de ellas con alguien que le ayudaría a comprender lo que le está pasando para así cambiar.

La tercera situación sobre la que deberíamos estar atentos tiene que ver con aquello que nos deja bloqueados y paralizados, aquello que nos alcanza en nuestra línea de flotación y nos abate. Sería una ingenuidad no darle importancia o minimizar el impacto que tiene en nosotros. El que desea vivir más evangélicamente deberá saber cuáles son sus puntos débiles y en los que se suele enredar. Para ello necesitará revisar con cuidado lo que le hace perder libertad y no hacerse el loco. Una vez más, capacidad de lucidez para no engañarse sobre aquello ante lo que somos más débiles. Y junto a la lucidez la capacidad de tener cuidado para no enredarse.